miércoles, 30 de mayo de 2007

UN VIAJERO QUE VIO A VENEZUELA EN LA AMPLITUD DE SU LIBERTAD

Un gran viajero una vez dijo: “Es incomparable la impresión de majestuosa calma que dejó el aspecto del firmamento en este lugar solitario. Siguiendo con la vista, al teñir la noche, las praderas que limitan el horizonte, la altiplanicie cubierta de yerba (hierba) y suavemente ondulada, creíamos ver desde lejos, como en los llanos del Orinoco, la superficie del océano que soportaba la bóveda estrellada del cielo. El árbol bajo el cual estábamos sentados, los insectos luminosos que daban vueltas en el aire, las constelaciones que brillaban al sur, todo parecía decirnos que estábamos lejos del suelo natal. Si entonces, en medio de esta naturaleza exótica, se hacia oír desde el fondo de un vallejo el cencerro de una vaca o el mugido de un toro, despertábase de improviso el recuerdo de la patria. Eran como lejanas voces que resonaban allende los mares y cuyo mágico poder nos transportaba de uno a otro hemisferio. Extraña movilidad de la imaginación del hombre, fuente eterna de sus goces y dolores”.

Son palabras del viajero y botánico aleman Alexander Von Humboldt, que describió parte de una tierra que tiene la particularidad de hacer sentir a los hombres libres en los maravillosos paisajes geográficos que existen a lo largo y ancho de nuestra Venezuela, aquella donde se puede ser mar y ser río, donde se puede ser viento y grito, donde se puede ser cielo y ser lluvia, donde se puede ser montaña y ser llano, donde se es uno y se es todos, porque ser libre es igual a ser venezolano.

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